La cofradía de Aránzazu
de los vascos de Lima
José de la Puente Brunke (*)
Lima, capital del virreinato del Perú, fue el primer
territorio americano en el que la comunidad vasca formó su primera cofradía en
el Nuevo Mundo, bajo la advocación de Aránzazu. En este trabajo se presenta un
análisis general de la creación y evolución histórica de dicha cofradía, que
lamentablemente no ha sido tan estudiada como su homónima de la otra capital
vineinal, México.
Palabras Clave: Cofradía. Aránzazu. Lima. Época colonial.
Comunidad vasca.
Liman, Peruko erregeordetzako hiriburuan, eratu zuen aurrenik
Mundu Berriko euskal komunitateak Arantzazuko Amaren izenpeko kofradia bat.
Ameriketako lurraldeei dagokienez. Lan honetan, kofradia horren sorrera eta
bilakabide historikoaren azterketa orokorra egiten da, tamalez ez baita hau
beste erregeordetzako, Mexiko, izen bereko hura bezain aztertua izan.
Glitza-Hitzak: Kofradia. Arantzazu. Lima. Kolonien garaia.
Euskal komunitatea.
Lima, capitale de la vice-royauté du Pérou, fut le premier
territoire américain dans lequel la communauté basque forma sa premiére
confrérie dans le Nouveau Monde, sous I’invocation d’Arantzazu. On présente,
dans ce travail, une analyse générale de la création et I’évolution historique
de cette confrérie qui, malheureusement n’a pas été étudiée autant que la
capitale de I’autre vice-royauté, México.
Mots Clés: Confrérie. Aránzazu. Lima. Epoque coloniale.
Communauté basque.
INTRODUCCIÓN
Las hermandades y cofradías en el Perú virreinal no han sido
objeto de un especial interés de parte de los historiadores. Si bien el tema ha
sido tratado por diversos autores en líneas generales, o en el marco de obras
de carácter más amplio -siendo el caso más destacado el del P. Rubén Vargas
Ugarte S.J1-, no son muchas las cofradías estudiadas de modo específico. En
este sentido, son de destacar algunas aproximaciones a las cofradías en su
conjunto en el Perú virreinal, como la de Olinda Celestino y Albert Meyers,
referida a esas corporaciones en los Andes centrales2; si bien su tema específico
de estudio es el de las cofradías indígenas, ofrecen una visión amplia y clara
del devenir de las cofradías en general. Debe citarse también la obra -más
reciente- de Beatriz Garland Ponce3, al igual que el trabajo de Jesús Paniagua
Pérez sobre las cofradías limeñas de San Eloy y de la Misericordia4, y dos
contribuciones recién aparecidas: el artículo de Diego Lévano Medina, en el que
ofrece una visión de conjunto de las cofradías limeñas en el siglo XVll5, y el
trabajo de Ciro Cerilla Melchor, en el que estudia las cofradías limeñas desde
la perspectiva de los conflictos étnicos6. En el caso de la Hermandad de
Nuestra Señora de Aránzazu, dos autores la han estudiado con cierto detalle:
Guillermo Lohmann Villena7 y Elisa Luque Alcaide8. La documentación de las
hermandades y cofradías limeñas se encuentra en el Archivo de la Sociedad de
Beneficencia Pública de Lima, entidad que pasó a administrar todos los bienes
de esas instituciones por disposición de un Decreto Supremo expedido en 1865
pr el presidente Mariano Ignacio Prado9.
LOS ORÍGENES DE LA HERMANDAD DE NUESTRA SEÑORA DE ARÁNZAZU.
En los inicios del siglo XVII era ya importante el número de
vascos residentes en Lima, y muchos de ellos formaban parte del sector más
representativo y poderoso de los comerciantes que desarrollaban sus labores en
la capital del virreinato peruano. Se sabe que desde los primeros años de esa
centuria un grupo de vizcaínos solía reunirse en el convento de San Agustín,
con el propósito de dar forma a una hermandad que los agrupara, lo cual en
realidad ocurrió años después. Sin embargo, ya en la segunda década de ese
siglo, y específicamente el 13 de febrero de 1612, se dio un paso más firme en
la misma dirección, al reunirse un grupo de caballeros hijosdalgo de la nación
vascongada” con el fin de otorgar poder ante notario a seis coterráneos suyos
para que en su representación adquiriesen la capilla de la Encarnación de
Nuestra Señora y Anunciación de Nuestro Señor, situada en la iglesia de San
Francisco. Los poderdantes se comprometieron, en el mismo instrumento, a reunir
en conjunto la suma de 10.000 pesos con el fin de concluir la mencionada
compraventa10. La operación comprendía también la cripta, para la realización
de los enterramientos de los miembros de la Hermandad y de sus descendientes11.
Al año siguiente se dispuso la designación de una comisión que redactara los
estatutos de la naciente corporación, aunque lo cierto es que las
constituciones definitivas se concluyeron muchos años después, en 163512.
Fue lento el proceso de organización de la Hermandad limeña
de Nuestra Señora de Aránzazu. Por ejemplo, tan sólo en 1619 se realizó la
primera elección de mayordomos, y al año siguiente se extendió formalmente el
documento que reconocía a la Hermandad como titular de la capilla adquirida en
1612 en la iglesia de San Francisco, y que tenía por advocación el Santo Cristo
y Nuestra Señora de Aránzazu13.
Las constituciones han sido publicadas por Guillermo Lohmann
Villena14, especificándose en ellas, en primer lugar, que estaría conformada la
corporación por los residentes en Lima que fueran naturales de Vizcaya y de
Guipúzcoa, al igual que sus descendientes, así como los oriundos de Alava, de
Navarra y de las “cuatro villas”: Laredo, Castro Urdiales, Santander y San
Vicente de la Barquera. Se estableció como misión primordial de la Hermandad la
de “ejercitar entre sí y con los de su nación obras de misericordia y caridad
cristiana así en vida como en muerte”.
Se establecía el derecho de ser enterrados en la referida
capilla para todos los naturales de los mencionados lugares, así como para sus
viudas -salvo que hubieren contraído segundas nupcias con alguien que no fuera
miembro de la Hermandad- y sus descendientes, advirtiéndose en este último caso
que se excluía a toda persona que estuviese “manchada o infamada de judío o
moro penitenciado por el Santo Oficio ni casado con mulata, india o negra o que
tenga algún oficio infame”.
En las mismas constituciones se reitera que el principal fin
de la Hermandad es el de “ejercitarse en las obras de piedad y misericordia,
principalmente con los hermanos de ella”, siendo tales obras las visitas a los
enfermos de la Hermandad, y en general a los enfermos pobres, en especial los
forasteros y “chapetones”; visitar las cárceles e interesarse por la presencia
allí de presos de la Hermandad u originarios de las provincias vasco-navarras;
procurar estar enterados de la llegada a Lima de chapetones provenientes “de
las naciones de la dicha hermandad”, con el fin de ayudarlos si así lo requirieran.
Además, las constituciones establecieron con claridad que la
Hermandad debía estar perpetuamente eximida de la jurisdicción “de cualquier
ordinario secular o eclesiástico regular o clerical”, sin que los arzobispos o
los superiores de la orden franciscana pudieran “introducirse a pedir razón o
cuenta de las obras pías de ella o del gasto de las rentas y limosnas”. Sin
embargo, ya Elisa Luque Alcaide ha hecho notar que una circunstancia que
pareció ir en detrimento de la referida exención de jurisdicción es la de la
presencia del guardián del convento franciscano en las juntas generales de la
Hermandad, aunque sin derecho a voto15.
La iglesia de San Francisco, en la que tenía su sede la
Hermandad, llegó a albergar nueve cofradías, a pesar de estar establecido que
una iglesia podía alojar un máximo de seis16.
En años recientes se han publicado -como ya hemos señalado-
dos trabajos referidos de manera específica a la Hermandad de Nuestra Señora
de Aránzazu de Lima: el primero, de Guillermo Lohmann Villena17, constituye un
detenido estudio de las circunstancias de la fundación y primer desarrollo de
esta confraternidad, incluyéndose la publicación -ya mencionada- de sus
constituciones, al igual que un interesante recuento de las vicisitudes por las
que pasó la capilla de la Hermandad en la iglesia de San Francisco de Lima,
fundamentalmente a causa de los terremotos que asolaron la ciudad de los Reyes.
El otro es el de Elisa Luque Alcaide18, que constituye una reflexión
comparativa entre las confraternidades limeña y novohispana, con especial
referencia a la proyección y vigencia social de ambas instituciones. En este
sentido, además de señalar que los vascos en Lima constituían “el núcleo más
fuerte de los comerciantes de la ciudad”, la misma autora plantea la hipótesis
de que los miembros de la hermandad limeña estuvieron más fuertemente
enraizados en la sociedad virreinal que sus pares novohispanos, dado que estos
últimos incorporaban entre sus festividades las correspondientes a los patronos
de los territorios vasco-navarros, mientras que los hermanos de Lima tan solo
contemplaban la devoción á la Virgen de Aránzazu y al Santo Cristo19.
LA HERMANDAD Y SUS INTEGRANTES EN LA LIMA DEL SIGLO XVIII
Fue el siglo XVIII el tiempo en el que numerosos miembros de
la Hermandad de Aránzazu tuvieron un papel de especial gravitación en la
sociedad y en la economía peruanas. No olvidemos que las reformas borbónicas
supusieron notables cambios en la economía y el comercio, los cuales fueron
especialmente importantes en el Perú. Sin embargo, si bien tradicionalmente se
ha señalado que dichas reformas trajeron consigo tiempos de crisis para la
elite mercantil limeña, lo cierto es que recientes investigaciones están
demostrando que en la segunda mitad de la referida centuria siguió siendo muy
grande la capacidad de construir fortunas entre los comerciantes afincados en
Lima, a pesar de que esta ciudad había perdido su lugar como centro de la
distribución mercantil en la América del Sur. Tal como afirma Cristina Mazzeo,
en virtud del “libre comercio” -que no significó una libertad total- Lima
perdió el monopolio de algunas vías y territorios, pero no perdió poder
económico. La élite mercantil limeña centró su interés en nuevas actividades,
tales como la exportación de productos no tradicionales, la importación de
esclavos y los negocios financieros20.
De hecho, es claro que durante el siglo XVIII se produjo la
llegada de un importante número de comerciantes vascos y navarros que se
afincaron en Lima, y que fueron protagonistas centrales de la vida económica en
la capital virreinal21. Alberto Flores Galindo elaboró una relación de los
“principales personajes de la clase alta limeña” en las décadas finales del
silo XVIII hasta la Independencia, constando dicha relación de cincuenta nombres22.
Analizando esa información, César Pacheco Vélez llega a la conclusión de que
veintidós de ellos eran limeños, uno procedía de Ayacucho, otro de Trujillo y
los veintiséis restantes eran peninsulares, llegados en su mayoría al Perú
después de 1750. Y de esos veintiséis peninsulares, quince eran vascos o
navarros. Pero además había otros hijos de vascos o navarros nacidos ya en el
Perú23. Guillermo Lohmann Villena ha mostrado precisamente atención en el grupo
de comerciantes vascos que actuó en Lima en la segunda mitad del siglo XVIII:
La acción de los hombres de empresa vascongados en el Perú se
recorta con perfiles tan nítidos durante la segunda mitad del siglo XVIII que
su magnitud sólo cabe medirla proyectándola como la secuela, dentro del sector
económico, del rumbo trazado por sus predecesores atraídos por el llamado del
destino transatlántico. La divisa de unos y otros pudiera haber sido el
viejísimo Plus Ultra, un más allá promotor constante del ímpetu expansivo que
desde tiempos inmemoriales late en las venas de los individuos de esa raza24.
Si bien numerosos miembros de la Hermandad de Nuestra Señora
de Aránzazu se contaron entre los más importantes comerciantes y empresarios de
Lima, es de notar que su prestigio social fue variado. Interesante en este
sentido es el caso del navarro Martín de Osambela, nacido en la modesta
localidad de Huici en 1754, y quien trasladado al Perú logró construir una gran
fortuna, precisamente en el contexto de la vigencia del “libre comercio”. Ahora
bien: su fortuna fue muy importante, y él mismo logró ascender socialmente de
modo muy notable, pero sin llegar a las esferas más altas, probablemente por no
haber contraído nupcias con alguna integrante de una gran familia criolla25.
Es interesante en este sentido lo afirmado por Paul
Rizo-Patrón, quien si bien señala que fueron los que integraron la inmigración
vasco-navarra quienes más destacaron en las actividades mercantiles limeñas en
el siglo XVIII, no todos llegaron a alcanzar el éxito pleno: bien fuera por
falta de habilidad; o porque se dedicaron en exclusiva a las actividades
económicas sin preocuparse por su vigencia social; o porque no lograron la
suficiente bonanza económica o las necesarias vinculaciones sociales para
ascender26.
Un caso más notable es el representado por la familia
Querejazu, cuyos miembros pertenecieron a la Hermandad, constituyéndose en una
de las familias más poderosas en la segunda mitad del siglo XVIII, siendo su
principal representante Antonio Hermenegildo de Querejazu y Mollinedo, quien
llegó a ser el oidor más antiguo de la Audiencia de Lima, y caballero de la
Orden de Santiago, además de dueño de una de las más importantes fortunas de
entonces. El había nacido en el Perú, y fue hijo de un peninsular afincado en
el virreinato en la primera mitad de ese siglo, Antonio de Querejazu y Uriarte,
natural de Mondragón, en Guipúzcoa, quien llegó a ser mayordomo de la
Hermandad27. Obviamente, este último logró tal posición por su relevancia en la
sociedad limeña de entonces: fue caballero de Santiago, gobernador de Quijos y
Macas y prior del Tribunal del Consulado de Lima, y casó en 1706 con la limeña
Juana Agustina de Mollinedo y Azaña, sobrina del célebre obispo del Cuzco
Manuel de Mollinedo y Angulo, reconstructor de esa ciudad tras el terremoto de
165028.
En la documentación que se conserva de la Hermandad, Antonio
de Querejazu y Uriarte figura por primera vez en un dato referido a 1704. En
efecto, en el cabildo realizado el 3 de mayo de ese año, se presenta una
relación de las personas que ofrecieron limosna para el retablo de Nuestra
Señora de Aránzazu. Allí aparecen conjuntamente Mateo y Antonio de Querejazu
aportando 100 pesos, habiendo sólo cinco personas con aportes mayores, siendo
las sumas más altas las ofrecidas por los mayordomos de la Hermandad, Pedro de
Ulaortua y Juan Bautista de Palacios29. Al año siguiente, y de acuerdo con la
“Razón de los señores hermanos que han mandado limosna para el retablo de
Nuestra Señora de Aránzazu este año de 1705”30, Antonio de Querejazu vuelve a aportar
100 pesos, siendo en este caso el hermano que ofreció la suma más alta.
Desde entonces Antonio de Querejazu intentó ser elegido
mayordomo de la Hermandad, pero lo logró tan sólo en el cabildo de 3 de mayo de
1713, cuando alcanzó tal cargo junto con el ya mencionado -y en este caso
reelegido- Juan Bautista de Palacios, quien por entonces ya era Teniente
General de la Caballería. Ya en años anteriores había sido Querejazu diputado
de la Hermandad31”.
En el registro de los entierros efectuados en la bóveda de la
capilla de Nuestra Señora de Aránzazu, figuran los de varios miembros de esa
importante familia. Así, el 3 de enero
de 1761 fue enterrado Tomás de Querejazu, caballero de la Orden de Santiago y
canónigo de la catedral de Lima32. En junio de 1772 se enterró Juana de
Querejazu, condesa de San Juan de Lurigancho, hija del mencionado Antonio
Hermenegildo33. En febrero de 1775 fue enterrada la esposa de éste, Josefa de
Santiago-Concha y Errazquin, y el 18 de enero de 1792 se hizo lo propio con el
mismo Antonio Hermenegildo. El 14 de diciembre de 1797 fue enterrado José de
Querejazu y Santiago- Concha, Conde de San Pascual Bailón, e hijo del
anterior34.
Si bien no es abundante la documentación conservada en
nuestros días con respecto a la Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu,
algunos datos son reveladores de lo que fue la vida de la corporación. Como
ejemplo podemos mencionar el de las necesidades materiales referidas al
cotidiano funcionamiento de la capilla de la Hermandad en la iglesia de San
Francisco, y específicamente el hecho de la presencia -acreditada en diversos
periodos- de un negro esclavo dedicado a servir a la capilla. Así, por ejemplo,
por medio de un recibo fechado el 24 de julio de 1743 sabemos de la compra de
un negro llamado José Vicente, operación que fue efectuada por quienes entonces
eran mayordomos de la Hermandad: José de Arrescurenaga y Pablo de la Urrunaga.
Dicho esclavo tenía 18 años de edad, y fue comprado en 300 pesos, luego de
venderse por 350 al que anteriormente se había tenido. Ahora bien: los esclavos
que servían a la Hermandad no eran siempre adquiridos a título oneroso. Algunas
décadas antes, por ejemplo, la Hermandad había recibido un esclavo a través de
una cláusula testamentaria, efectuada por el capitán Antonio de Monasterio
Guren, el cual dejó a dicho negro -llamado Antonio Mina- “para que sirviese a
la capilla de Nuestra Señora después que hubiese servido cinco años a doña
Isidora Blanco Rejón, viuda del dicho Monasterio Guren”. El hecho de
establecerse unos años previos a la recepción del esclavo por parte de la
Hermandad suscitó un grave problema: aquél terminó en manos del general Juan
Bautista de la Rigada, quien se negó a entregarlo a la Hermandad. Ante esa circunstancia,
la corporación demandó a dicho general ante el Juzgado de la Guerra,
concluyendo favorablemente la causa, con el decreto final de 25 de febrero de
1699, proveído y rubricado por el auditor general de la Guerra, que por
entonces lo era el oidor Antonio Pallares y Espinosa35.
LA DEVOCIÓN LIMEÑA A LA VIRGEN DE ARÁNZAZU
En cuanto a las fiestas celebradas en honor de la Virgen de
Aránzazu, el R. Benjamín Gente Sanz afirma lo siguiente:
La colonia vascongada, rica y próspera en la época colonial,
era también generosa en extremo, al manifestar su religiosidad con la Virgen de
su devoción, bajo la advocación de Aranzazu o del Espino -que esto significa la
palabra vasca Aránzazu: sobre el espino- que tantos recuerdos les traía de sus
lejanas montañas (...). Las fiestas que celebraban a la Virgen de Aranzazu eran
suntuosas, y las preseas y alhajas de su culto, numerosas, ricas y
abundantes36.
Pero es mucho más ilustrativa la reseña que hace un coetáneo,
Fray Diego de Córdova y Salinas, de un acontecimiento muy concreto: el
recibimiento y la colocación, en la capilla de la Hermandad limeña, de la
imagen de Nuestra Señora de Aránzazu, en 1646. He aquí el relato:
Fue recibida la forastera divina en Lima con gran pompa y
alegría de sus vecinos, haciéndose pedazos las campanas de todas las iglesias
en señal de su gozo. Colocada la santa imagen en sus andas de un montón
distinto de inmensa riqueza de diamantes, que en lo brillante poco le debían al
sol, salió triunfante en hombros de sacerdotes de la Catedral a la plaza mayor,
debajo de palio, como Reina y Señora que es de cielo y tierra, despidiendo
rayos de gloría de su soberano rostro, que daban vida a cuantos con devoción la
miraban. Llevaba por lucido acompañamiento a todo lo noble y común de la
ciudad, Virrey, Audiencia Real, Cabildos y Religiones. Pasó la procesión con
pompa y aparato, luces, músicas y danzas, las calles y sus balcones ademados de
sedas y ricas telas, a la casa del serafín llagado, Francisco, donde el
siguiente día, diez y ocho de octubre de mil y seiscientos y cuarenta y seis
años, con el mismo aplauso, fiesta, música, Virrey y Tribunales, suspiros y
lágrimas de gozo, y alegría de innumerable pueblo convenido, fue colocada la
santa imagen en su espino (divina rosa entre espinas) dentro de un nicho de
gallardo fondo, a cuya majestad corren dos cortinas de labor costosa37.
Fueron notables y continuas las contribuciones de los
miembros de la Hermandad para sufragar los gastos que acarreaban las fiestas y
todo lo que se dirigía a la veneración de la Virgen de Aránzazu. Por ejemplo,
en los años iniciales del siglo XVIII fueron frecuentes las ya mencionadas
limosnas para la construcción del retablo de la capilla de la Hermandad. No
siendo suficientes las limosnas que se recogían, en ocasiones los propios
miembros prestaban dinero a la corporación. Ocurrió eso con los capitanes Pedro
de Ulaortua -que llegó a ser prior
del Tribunal del
Consulado- y Juan
Bautista de Palacios, quienes fueron -como ya se ha señalado
anteriormente- mayordomos de la Hermandad en los primeros años del siglo XVIII.
Según los documentos que acreditan las cuentas, en 1704 la corporación debía a
ambos 15,133 pesos, los cuales remiten y perdonan a la dicha Hermandad cada uno
por su parte y por todos los dichos hermanos se les admitió la remisión y les
dieron las debidas gracias asr por este servicio que hacen a la Virgen
Santísima de Aránzazu como por lo bien que lo han hecho y lo están haciendo en
la continuación de sus fiestas y demás gastos que se ofrecen a la dicha Hermandad38.
LA BÓVEDA SEPULCRAL DE LA CAPILLA DE LA HERMANDAD
Ya nos hemos referido al derecho de los hermanos de esta
corporación, así como de sus parientes, de enterrarse en la bóveda de la
capilla de la iglesia de San Francisco. Un libro conservado en el Archivo de la
Sociedad de Beneficencia Pública de Lima da cuenta de los hermanos que se
enterraron en la referida capilla desde fines del siglo XVII39.
En el siglo siguiente, las ideas de la Ilustración inspiraron
las nuevas políticas con respecto a los enterramientos: se buscaba mejorar la
salud pública, que se veía perjudicada por el hedor que emanaban las fosas en
las que se enterraba a los difuntos en las ciudades. Por eso, se pensó que la
solución pasaba por crear cementerios fuera de los centros urbanos, para que
los muertos dejaran de envenenar a los vivos40, Así, desde 1808, tras la
inauguración del Cementerio General de Lima, se estableció que todas las
iglesias clausuraran sus bóvedas, sepulturas, osarios y todos los lugares donde
hubiera entierros. Es de destacar que las autoridades hicieron especial mención
de la iglesia de San Francisco en este sentido. Se deseaba -según un texto de
la época- que “no sean más nuestros templos y hospitales los palacios de la
muerte. En el Santuario del Dios Vivo solo se sientan el olor agradable del
incienso; y el del bálsamo salutífero en las cosas de piedad”41.
Debemos suponer que hubo una especial preocupación de las
autoridades por la situación de la iglesia de San Francisco en lo referido a
los enterramientos. En efecto, consta que la prohibición de efectuar entierros
en ese templo se había dado ya en 1804. En ese año los religiosos franciscanos
construyeron un panteón junto a la Casa de Ejercicios de la Tercera Orden,
efectuándose su apertura el 23 de septiembre, y desde ese día se impidió todo
entierro en la iglesia de San Francisco por las superioras órdenes del Excmo.
Sr. Virrey D. Gabriel de Avilés y el Arzobispo el Excmo. e lltmo. Sr. D. Juan
Domingo González de la Reguera, de la Gran Cruz de Carlos III. Con este motivo
se han cerrado todas las bóvedas y aunque queda abierta la de la Hermandad de
Aránzazu, se ha prohibido todo entierro, y ha asignado el R.P. Guardián
dieciséis nichos en el panteón para los que tenían derecho a la bóveda (...)42.
Es decir, se prohibieron los enterramientos en la iglesia de
San Francisco cuatro años antes de la prohibición general de efectuar entierros
en los templos. Pero la clausura de la bóveda se produjo en 1808, a raíz de la
inauguración del Cementerio General. Dicha clausura es relatada con detalle en
uno de los libros de la Hermandad:
Por el Reglamento Provisional que se imprimió y está la copia
en el Archivo de Aránzazu, se mandó por los dos referidos jefes43 que todas las
iglesias de esta capital empezasen a cerrar sus bóvedas, sepulturas, osarios, y
demás lugares de entierro, desde el día inmediato a la bendición y apertura
del camposanto, y lo verificasen en el término de quince días contados desde
primero de junio próximo, inhabilitando los enterratorios de modo que no
vuelvan a servir, ni quede señal de su entrada con lápida sepulcral, ni cosa
que lo denote44.
Siguiendo tales disposiciones, los mayordomos de la Hermandad
retiraron una lápida de bronce que tenía allí más de un siglo -se había
instalado en 1693-, en la cual aparecía la siguiente inscripción: “Aquí yacen
los muy nobles y muy leales hijos y descendientes de la Provincia de
Cantabria”. Lo interesante es que en el mismo documento se señalan una serie de
precisas instrucciones para quienes en el futuro quisieran reabrir la bóveda,
concluyéndose del siguiente modo: “Esta explicación y noticia se pone aquí para
los venideros (...); en caso necesario es fácil quitarla y dar entrada a la
bóveda”45. Todo indica, en efecto, que la clausura de la bóveda sepulcral de la
capilla de la Hermandad se realizó con gran pesar por los miembros de la misma,
quienes de algún modo mostraron su deseo de que en el futuro pudiera ser
reabierta. Dicho pesar puede percibirse en la documentación de la Hermandad, al
aludirse a los nichos que se reservaron en el Cementerio General:
Para reparar en algún modo la falta de la bóveda de Aránzazu
en su capilla, se han tomado en el camposanto (...) nichos que están
distinguidos con la inscripción de pertenecerá la Ilustre Hermandad de Nuestra
Señora de Aránzazu46.
* Pontificia Univ. Católica de Perú. Fac. de Letras y
Ciencias Humanas. Dpto. de Humanidades. Apdo. 1761. Lima 100. Perú.
1 Véase, entre otras, su Historia de la Iglesia en el Perú.
Burgos-Lima, 1953-1962, 5 vols.; y su Historia del culto de María en
Iberoamérica y de sus imágenes y santuarios más celebrados. Buenos Aires, 1947
(segunda edición).
2 Celestino OLINDA y Albert MEYERS: Las cofradías en el Perú:
región central. Frankfurt, Vervuert, 1981.
3 GARLAND PONCE, Beatriz: “Las cofradías en Lima durante la
colonia. Una primera aproximación”. En: RAMOS, Gabriela (compiladora): La
venida del reino. Religión, evangelización y cultura en América. Siglos
XVI-XX.Cuzco, Centro de Estudios Regionales Andinos “Bartolomé de las Casas”,
1994, pp. 199-228.
4 PANIAGUA PÉREZ, Jesús: “Cofradías limeñas: San Eloy y la
Misericordia (1597-1733)”. Anuario de Estudios Americanos, tomo LII, N° 1
(Sevilla, 1995), pp. 13-35.
5 LÉVANO MEDINA, Diego Edgar: “Organización y funcionalidad
de las cofradías urbanas. Lima siglo XVII”. Revista del Archivo General de la
Nación, 24 (Lima, mayo 2002), pp. 77-118.
6 CORILLA MELCHOR, Ciro: “Cofradías en la ciudad de Lima,
siglos XVI y XVII: racismo y conflictos étnicos”. En: CARRILLO S., Ana
Cecilia(yotros): Etnicidad y discriminación racial en la historia del Perú.
Lima, Pontificia Universidad Católica de l Pena - Instituto Riva Agúero y Banco
Mundial, 2002, pp. 11-34.
7 LOHMANN VILLENA, Guillermo: “La Ilustre Hermandad de
Nuestra Señora de Aránzazu de Lima”. En: Los vascos y América. Ideas, hechos,
hombres. Madrid, Fundación Banco de Bilbao y Vizcaya, 1990, pp. 203-213.
8 LUQUE ALCAIDE, Elisa: “Coyuntura social y cofradía.
Cofradías de Aránzazu de Lima y México”. En: MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO, María del
Pilar, Gisela von Wobeser y Juan Guillermo Muñoz Correa (coordinadores):
Cofradías, capellanías y obras pías en la América colonial. México, Universidad
Nacional Autónoma de México, 1998, p. 98.
9 CELESTINO y MEYERS, op. cit., p. 195.
10 LOHMANN VILLENA, op.cit, p. 203.
11 Benjamín GENTO SANZ O.F.M., en su monografía sobre la
iglesia de San Francisco, hace referencia a los entierros de los miembros de la
Hermandad que en esa cripta se realizaban. GENTO SANZ O.F.M., Benjamín: San
Francisco de Lima. Estudio Histórico y Artístico de la Iglesia y Convento de
San Francisco de Lima. Lima, Imprenta Torres Aguirre S.A., 1945, p. 210.
12 LOHMANN VILLENA, op. cit., p. 204.
13 Ibid., pp.
204-205.
14 Ibid., pp.
206-210.
15 LUQUE
ALCAIDE, op. cit., p. 98.
16 GARLAND,
op. cit., p. 210.
17 LOHMANN VILLENA, op. cit.
18 LUQUE ALCAIDE, op. cit.
19 LUQUE ALCAIDE, op. cit., pp. 94 y 101.
20 MAZZEO, Cristina Ana: El comercio libre en el Perú. Las
estrategias de un comerciante criollo. José Antonio de Lavalle y Cortés, Conde
de Premio Real, 1777-1815. Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú,
1994, p. 230. Sobre este mismo tema, véase también RIZO-PATRÓN BOYLAN, Paul:
Linaje, dote y poder. La nobleza de Lima de 1700 a 1850. Lima, Pontificia
Universidad Católica del Perú, 2000, pp. 37-47 y 71-78.
21 De todos modos, no debe dejar de mencionarse la
importancia que ya en el siglo XVII tuvieron los vascos en Lima, en lo relativo
a la vida económica y comercial. Un buen ejemplo de ello nos lo ofrece la
figura del vizcaíno Juan de la Plaza, quien en la década de 1620 fundó un banco
en la capital virreinal, que sería el tercero, ya que para entonces existían
los de Bernardo de Villegas y de Juan de la Cueva -célebre este último por su
estrepitosa quiebra producida en 1635-. Margarita Suárez reitera que se
suscitaron muchas resistencias frente a la iniciativa de Plaza de fundar un
banco, y que fue importante el apoyo que por escrito le dieron numerosos
comerciantes afincados en Lima, muchos de los cuales eran vascos. Cfr. SUÁREZ,
Margarita: Desafíos transatlánticos. Mercaderes, banqueros y el estado en el
Perú virreinal, 1600-1700. Lima, Instituto Riva-Agüero- Pontificia Universidad
Católica del Perú, Fondo de Cultura Económica, Instituto Francés de Estudios
Andinos, 2001, pp. 70-72.
22 FLORES GALINDO, Alberto: Aristocracia y plebe. Lima,
1760-1830 (Estructura de clases y sociedad colonial). Lima, Mosca Azul
Editores, 1984, pp. 74-76.
23 PACHECO VÉLEZ, César: Memoria y utopía de la vieja Lima.
Lima, Universidad del Pacífico, 1985, p.
189.
24 LOHMANN VILLENA, Guillermo: “Los comerciantes vascos en el
virreinato peruano”. En Los vascos y América. Actas de las Jornadas sobre el
comercio vasco con América en el siglo XVIII, y la Real Compañía Guipuzcoana de
Caracas en el ll Centenario de Carlos Ill. Bilbao, Fundación Banco de Vizcaya,
1989, p. 55.
25 Véase HAMPE MARTINEZ, Teodoro: “Auge y caída de don Martin
de Osambela, comerciante navarro en el Perú (ca. 1754-1825)”. En: Revista del
Archivo General de la Nación, N° 22
(Lima, 2001), pp. 273-292.
26 RIZO-PATRÓN, Paul: “Vinculación parental y social de los
comerciantes de Lima a fines del periodo virreinal”. En: MAZZEO DE VIVÓ,
Cristina Ana: Los comerciantes limeños a fines del siglo XVIII. Capacidad y cohesión de una élite. 1750-1825.
Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú -Dirección Académica de
Investigación, 1999, p. 20.
27 Archivo Central de la Sociedad de Beneficencia Pública de
Lima (en adelante ACBP), libro N° 8178, f. 15 vto.
28 LOHMANN VILLENA, Guillermo: Los ministros de la Audiencia
de Lima en el reinado de los Borbones (1700-1821). Esquema de un estudio sobre
un núcleo dirigente. Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1974, p.
110. Sobre la familia Querejazu, véase Rizo-Patrón: Linaje, dote y poder...
cfr., pp. 106-109.
29 ACBP, libro N° 8179, f 190.
30 ACBP, libro N° 8179, f 192. vto.
31 ACBP, libro N° 8179, f. 203 vto.
32 ACBP, libro N° 8178, f 12.
33 ACBP, libro N° 8178, f. 15 vto.
34 ACBP, libro N° 8178, ff. 16,19 y 22.
35 Cfr. ACBP, libro N° 8180.
36 GENTO SANZ O.F.M., op.cit., p. 210.
37 CÓRDOVA Y SALINAS, Diego de: Crónica Franciscana de las
Provincias del Perú (New Edition with Notes and Introduction by Lino G. Canedo,
O.F.M.). Washington, Academy of American Franciscan
History,1957, p. 529.
38 ACBP,
libro N° 8179, f. 188. Se
especifica que de los 15,133 pesos que se debía a dichos mayordomos, 8,314
correspondían a Juan Bautista de Palacios, y 6,819 a Pedro de Ulaortua.
39 “Libro de los hermanos que se mueren y se entierran en la
bóveda de la capilla de Nuestra Señora de Aránzazu que corre desde el año de
1695”. ACBP, libro N° 8178.
40 Cfr. CASALINO SEN, Carlota: “Higiene pública y piedad
ilustrada: la cultura de la muerte bajo los Barbones”. En: O’PHELAN GODOY,
Scarlett (compiladora): El Perú en el siglo XVIII. La era borbónica. Lima,
Pontificia Universidad Católica del Perú -Instituto Riva-Agüero, 1999, p. 326.
41 CASALINO, op. cit., pp. 338, 339 y 342.
42 ACBP, libro N° 8178, f. 23 vto.
43 En alusión al arzobispo Las Heras yal virrey Abascal.
44 ACBP, libro N° 8178, f. 26.
45 ACBP, libro N° 8178, f. 26 vto.
46 Ibíd.