y devociones marianas en la
emigración navarra a Indias
durante la Edad Moderna
la Virgen de Aránzazu y San Ignacio
de Loyola en México
Alberto Alday Garay (*)
Nuestra Señora de Aránzazu y San Ignacio de Loyola son dos
símbolos religiosos de los vascos tanto en Europa como en América. Esta
ponencia estudia estos dos iconos como manifestaciones de la identidad
colectiva vasca en México desde la época colonial hasta la actualidad.
Palabras Clave: Identidad colectiva. Mitología vasca.
Religiosidad. Nuestra Señora de Aránzazu. San Ignacio de Loyola. Vascos en
México. Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. Centro Vasco de
México.
Arantzezuko Ama eta San Inazio Loiolakoa euskaldunen sinbolo
erijioso bi dira, hala Europan nola Ameriketan. Txosten honetan, bi ikono
horiek Mexikoko euskal taíde indentitarean adiemzpen gisa aztertzen dira, aro
kolonialetik gaur arteko denbora bitartean.
Giltza-Hitzak: Talde identitatea. Euskal mitología.
Erliozkotasuna. Arantzazukc Ama. San Inazio Loiolakoa. Euskaidunak Mexikon.
Euskalerriaren Adiskideen Elkartea. Centro Vasco de México.
Notre Dame d’Aranzazu et Saint Ignace de Loyola sont deux
symboles religieux des basques aussi bien en Europe qu’en Amérique. Cet exposé
étudie ces deux icönes en tant que manifestations de l’identité colective
basque au Mexlque depuis I’époque coloniale jusqu’á maintenant.
Mots Clés:
Identité collective. Mythologie basque. Religiosité. Notre Dame d’Aranzazu. Saint Ignace de Loyola.
Basques au Mexique. Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País (Société
Royale Basque des Amis du Pays). Centre Basque de Mexico.
INTRODUCCIÓN
Esta breve ponencia pretende aproximarse al complejo tema de
la identidad colectiva, en el sentido sociológico del concepto1, en particular
de los vascos, a partir de sus manifestaciones religiosas en la diáspora.
Concretamente me he centrado en dos iconos llenos de significado entre los
vascos tanto en su territorio originario como en sus distintos y distantes
asentamientos en el Nuevo Mundo. Estos son Nuestra Señora de Aránzazu y San
Ignacio de Loyola.
El primer icono significa una advocación mariana, otra más de
tantas, basada en el relato histórico-legendario de la aparición de una talla
de la Virgen a un pastor en un paraje montañoso del interior de Vasconia a
finales del siglo XV. El segundo icono está basado en un hombre real, un noble
vasco guipuzcoano ubicado cronológicamente en la modernidad (1491-1556),
militar y después religioso y escritor, fundador de una influyente orden
religiosa que combatió la Reforma protestante.
El hilo conductor de la ponencia es una descripción
diacrónica del signifi-cado de estas dos imágenes entre los vascos de México
desde el siglo XVII hasta la actualidad.
Las fuentes consultadas son principalmente bibliográficas.
SUSTRATO PRECRISTIANO
El sustrato precristiano en el pueblo vasco parece constatado
por los antropólogos, como en otros pueblos europeos y de otros continentes (la
noche de San Juan, coincidente con el solsticio de verano, la propia Natividad
del Señor, en el de invierno son celebraciones en torno a la luz solar con un
sentido religioso). La tardía cristianización del pueblo vasco hace que hayan
sobrevivido casi hasta nuestros días vestigios de viejas creencias y mitos
anteriores a la llegada del cristianismo. La figura central de la mitología
vasca es una divinidad antropomórfica de sexo femenino cuyo nombre actual es
Mari. Barandiarán señala que es posible que el nombre Mari deba su origen al
cristiano María, pero tampoco cabe descartar otra procedencia. La morada
ordinaria de Mari son las regiones situadas en el interior de la Tierra, pero
estos espacios comunican con la superficie terrestre por diversos conductos,
que son cavernas y simas. Por eso Mari hace sus apariciones en tales lugares
con más frecuencia que en otros. Se señalan las cuevas de Balzola, Supelaur,
Anboto, Aketegi (en Aizkorri, cerca de Aránzazu), etc. Barandiarán considera a
Mari como un símbolo, quizá personificación, de la Tierra, convergente con
otros temas mfticos indoeuropeos. Y establece el citado antropólogo un
paralelismo curioso entre la diversidad de localizaciones de Mari en distintas
cuevas de la geografía vasca y la creencia de que se trata de varias
divinidades hermanas y no de una sola, por un lado, y por el otro, la
pluralidad de advocaciones de la Virgen María en Vasconia. Así, ciertas
narraciones populares representan a la Virgen de Aránzazu, a la de Liernia, a
la de la Antigua de Zumarraga, etc. como hermanas y no como imágenes o
manifestaciones de una misma Virgen. Ha sido bastante común el dicho: “Zazpi
aizpatxo dira euskaldun Birjiñak” (Siete hermanitas son las Vírgenes vascas)2.
Es posible que hubiera una sucesión entre la creencia popular precristiana en
Mari, Madre Tierra y la de la Virgen María, Madre de Dios.
Este hecho quizás explique la gran devoción que ya desde sus
inicios hubo por la Virgen de Aránzazu. El historiador guipuzcoano Esteban de
Garibay (1525-1599) en su extensa obra
“trata de la gran concurrencia de gentes de las dos
provincias (Guipúzcoa y Alava), señorío de Vizcaya, reyno de Navarra y pueblos
comarcanos de Francia, que acuden al santuario atraídos de su devoción a la
santa imagen”3.
La aparición al pastor Rodrigo de Balzátegui está fechada en
1469, sola-mente unas décadas antes del relato de Garibay. Eso quiere decir que
pronto se extendió la devoción por todos los territorios de Vasconia. Quizás su
ubicación céntrica, próxima a los cuatro territorios vasco-navarros hizo que la
Virgen de Aránzazu se convirtiera pronto en la “hermana mayor” de las Vírgenes
vascas.
LA VIRGEN DE ARÁNZAZU, SÍMBOLO DE LA UNIDAD DE LOS VASCOS
Pronto la devoción y el significado identitario de la Virgen
de Aránzazu pasaron a las colonias españolas en América, en particular a la
Nueva España, y arraigaron en la colectividad vasca de la ciudad de México. En
1681 se fundó la Hermandad de Aránzazu, que fue erigida en Cofradía en 1696.
Desde sus inicios la hermandad se propuso celebrar la fiesta de Nuestra Señora
de Aránzazu. Tenía lugar una misa solemne en la capilla del convento de San
Francisco; seguía una procesión en la que los cofrades acompañaban a la imagen
de la Virgen de Aránzazu con hachones de cera. Durante la misa el sermón del
predicador les recordaba la historia de la aparición de la Virgen sobre un
espino al pastor. Quiero destacar un sermón pronunciado por un franciscano en
1685 y publicado en México, que destaca, de forma un tanto incierta, las
virtudes de los vascos:
“Estos varones a quienes Su Magestad escogió para que en su
tierra brota-se un espino venturoso que fuese peana de esta imagen ... fueron y
son los famosos cántabros, dichosos vizcaínos... He puesto mis raíces en un
pueblo honrado, todo entereza, todo brío... Pueblo honrado al que nunca se
asomó la gentilidad con sus errores. Pueblo honrado que jamás se contagió...
con la idolatría. Pueblo honrado que teniendo tanto (suelo) con su valentía
ganado, ni un palmo... de su patrio suelo ha perdido”4.
Al año siguiente, en 1686, el comisario general de los
franciscanos, Fray Juan de Luzuriaga escribió un libro en el que relataba la
historia de la aparición y fundación del santuario de Aránzazu. Este libro dio
vida a la recién fundada hermandad de Aránzazu de México. Luzuriaga, al igual
que Mendoza, ensalza no sólo a la Virgen, sino al pueblo al que representa.
Destaca su autonomía política, su resistencia a toda invasión extranjera y por
ello su pureza de sangre. De ahí su condición de hidalgos y cristianos viejos5.
Estas ideas tienen sentido en una sociedad de Antiguo Régimen y en plena época
foral, en la que la hidalguía y limpieza de sangre permitían a los vascos
acceder a los cargos públicos de la Administración española y hacer su carrera
en Indias. Es de suponer que los sermones y escritos de los franciscanos en la
ciudad de México y entre las gentes más letradas de la sociedad vasca del Viejo
Mundo irían calando y creando una conciencia étnica, una identidad colectiva.
El milagro identitario de la Virgen de Aránzazu consiste en que lo que no era
todavía una realidad en el viejo continente cuajó en la colonia novohispana con
anterioridad. Los vascos de México, antes de la creación de la Real Sociedad Bascongada
de los Amigos del País, tenían una institución religiosa y asistencial que
aglutinaba a los procedentes de todos los territorios, incluso el navarro.
La junta o mesa de la Cofradía estaba integrada por catorce
miembros: el rector, doce diputados y un tesorero. Los diputados habían de ser
dos de cada una de las provincias y reino de Navarra (un total de ocho), dos
originarios de estos cuatro territorios, nacidos incluso fuera de Vasconia, y
los otros dos de cualquier territorio vasco-navarro. Se pretendía que los
nativos de los distintos territorios estuvieran representados de forma igual en
el órgano directivo.
Las fiestas religiosas que se celebraban eran las que iban
dotando los fieles. Nuestra Señora de Aránzazu era la primgra y principal. Ya
en 1696 se celebraba la fiesta de Nuestra Señora de Begoña, “hermana menor” y
patrona del Señorío. Posteriormente los cofrades dotaron la celebración del
patrón de la Provincia, San Ignacio de Loyola, y los navarros, las festividades
de San Fermín y San Francisco Javier. Finalmente, en 1748 los cofrades alaveses
dotaron la fiesta de su patrono San Prudencio. Además, la Cofradía de Aránzazu
cele braba la Semana Santa, el Corpus Christi y la mexicana Virgen de
Guadalupe.
Vemos, pues, cómo la Virgen de Aránzazu era más que una
devoción religiosa. Significaba un símbolo identitario, representaba a un
pueblo, lo acercaba a sus raíces europeas, y cohesionaba los distintos grupos
subétnicos vascos en la colonia novohispana.
Para hacernos una idea de la proporción que guardaban los
originarios de los distintos territorios de Vasconia residentes en la ciudad de
México, reproduzco estos datos recopilados por Tellechea5 de una Lista de los
vascongados hallada por él en el archivo del Colegio de las Vizcaínas. Esta
lista tendría como finalidad el envío de comunicaciones a los cofrades de
Aránzazu, pues éstos están agrupados por calles o domicilios. Precede al nombre
de cada persona una letra clave: P, S, N, A, 0. El citado autor descifró la
clave por los apellidos de los inscritos. Así, P significaba Provincia, es
decir, Guipúzcoa, S, Señorío, o sea Vizcaya, A, Alavay N, Navarra. O quería
indicar oriundo o vasco criollo, nacido en la Nueva España y descendiente de
vascos. Contados los originarios de cada territorio y hechos los porcentajes se
puede apreciar que la colonia guipuzcoana es la más numerosa con un 41,28% de
los vascos nativos y un 35,69% del total. Le sigue el grupo de los vizcaínos
que representa un 28,47% de los vascos nativos y un 24,62% del total. El tercer
grupo en importancia numérica es el de los nacidos en el Reino de Navarra
(22,42% y 19,38%). Finalmente, la colonia alavesa es la menos importante
cuantitativamente (7,83% y 6,77%), menos incluso que el grupo de los vascos
criollos que son el 15,66% de los nativos y el 13,54% de toda la colonia vasca
en México.
Origen de los vascos de la ciudad de México a mediados del
siglo XVIII
Origen
Guipuzcoanos
Número
116 3
Porcentaje de total
5.69%
Porcentaje de subtotal
41.28%
Vizcaínos
Número
80
Porcentaje de total
24.62%
Porcentaje de subtotal
28.47%
Navarros
Número
63
Porcentaje
19.38%de total
Porcentaje de subtotal
22.42%
Alaveses
Número
22
Porcentaje de total
6.77%
Porcentaje de subtotal
7.83%
Subtotal
Número
281
Porcentaje de total
86.46
Porcentaje de subtotal
100%
Oriundos
Numero
44
Porcentaje de total
13.54%
Porcentaje de
subtotal
15.66%
Total 325 100% 115.68%
Fuente: Elaboración propia a partir de Gárate y Tellechea, El
Colegio de las Vizcaínas..., pp. 131-146.
OTRO SÍMBOLO RELIGIOSO: SAN IGNACIO DE LOYOLA
Paralelamente, en la metrópoli existían la Real Congregación
de San Fermín de los Navarros, nacida en Madrid el 7 de julio de 1683, y para
los vascongados, la Congregación de San Ignacio de Loyola, fundada en la villa
y corte en 1715, estrechamente hermanada con la navarra. En Madrid existieron
otras congregaciones religiosas que aglutinaban a los naturales u originarios
de los distintos reinos o territorios de las Españas, como la de Nuestra Señora
de Montserrat, de la corona de Aragón, fundada en 1616, Santiago de los
Gallegos, San Fernando de los Andaluces, San Isidoro de los Leoneses, etc. Sus
finalidades eran, asimismo, la devoción y la beneficencia7.
La Cofradía de Aránzazu de México acudió a la Congregación de
San Ignacio de Madrid para obtener de la corte en 1729 la protección real de la
cofradía mexicana y la exención de la jurisdicción civil y eclesiástica. Así
lograba una mayor autonomía.
San Ignacio era también un santo venerado por los vascos de
México. Siete décadas antes de la fundación de la Hermandad de Aránzazu, en
1610, se celebraron en la ciudad de México las fiestas con motivo de la
beatificación de Ignacio de Loyola en 1609 por el Papa Paulo V. El padre Alegre
nos describe así la fiesta:
“A este tiempo, salió de nuestra iglesia la estatua de San
Ignacio. Marcha-ban por delante una compañía de ciento y cincuenta caballeros,
cuyo costo en los vestidos se avaluó en más de 80.000 pesos. Eran éstos todos
vizcaínos, de las personas más distinguidas y más ricas de la ciudad; y
llevaban a su frente al oidor decano de la real audiencia, de una de las casas
principales de la provincia de Guipúzcoa …”8
La propia Cofradía de Aránzazu celebraba solemnemente la
fiesta de San Ignacio, y entre 1732 y 1767 se gestó por la Cofradía un colegio
para la mujer llamado Colegio de las Vizcaínas o de San Ignacio de Loyola, bajo
la advocación del santo guipuzcoano, patrón de la Provincia de Guipúzcoa y del
Señorío de Vizcaya, cuya fiesta celebraría el colegio. Puede que en la devoción
por San Ignacio de Loyola en México influyeran los jesuitas vinculados con la
élite vasca de la Nueva España, según apunta Torales en su reciente obra9. Si
examinamos la iconografía tanto de la fachada principal del Colegio de San
Ignacio como de los retablos de la capilla dedicada al mismo santo, veremos una
importante presencia jesuítica y mariana.
La fachada mayor tiene tres portadas; una ellas, la de acceso
al Colegio, alberga en un nicho, sobre la puerta, una escultura de San Ignacio
de Loyola, santo patrono de la institución. A sus lados un par de angelillos
portan, el de su derecha un estandarte con el emblema de la orden (IHS), y el
de su izquierda el birrete doctoral del santo. Por último un pequeño nicho
superior aloja una escultura de la Virgen de Aránzazu, patrona de la Cofradía
fundadora del Colegio.
En la portada de la casa de los capellanes el nicho principal
aloja la escultura de San Francisco Javier, el gran santo jesuita predicador y
evangelizador. Sobre esta imagen, un nicho menor contiene otra advocación
mariana: la Virgen de Loreto, devoción muy difundida y fomentada por los
jesuitas.
La tercera portada, abierta posteriormente, es la de acceso a
la capilla desde el exterior. En sus tres nichos cobija a San Ignacio en el
centro, y a sus lados a San Luis Gonzaga y San Estanislao de Kotska, santos
jesuitas10.
En el interior de la capilla, el retablo del altar mayor
tenía en su parte central una imagen de San Ignacio de Loyola, patrón del
Colegio. Las otras dos imágenes que lo acompañaban eran, a su derecha Santo
Domingo de Guzmán y a su izquierda San Francisco de Asís. Indudablemente con esta
trilogía se quiso dar reconocimiento a la labor de las primeras órdenes
religiosas que llegaron a la Nueva España: los dominicos y los franciscanos,
junto con los jesuitas.
El retablo de Nuestra Señora de Aránzazu es el más próximo al
altar mayor de los tres que existían en la parte izquierda de la capilla. Su
icono-grafía refleja dos temas: una advocación mariana llevada por los vascos a
México y una orden religiosa, la Compañia de Jesús. Rodeando la imagen de la
Virgen de Aránzazu se ven seis representaciones de santos jesuitas: San Luis
Gonzaga, San Estanislao de Kotska, San Francisco Javier y otros tres santos
jesuitas no identificados. Los otros retablos estaban dedica-dos, uno a San
Francisco Javier, y los otros a diversas advocaciones marianas como Nuestra
Señora de los Dolores11.
LA REAL SOCIEDAD BASCONGADA DE LOS AMIGOS DEL PAÍS
En la Navidad de 1764 se creó en Azcoitia, Guipúzcoa, la Real
Sociedad Bascongada de los Amigos del País, primera de las sociedades
económicas aparecidas en España y sus territorios de Ultramar, formada por
acaudala-dos ilustrados con el ánimo de fomentar el desarrollo económico y
cultural del país, aprobada por el rey Carlos III en 1770. El artículo 1° de su
Reglamento dice así:
“El objeto de esta sociedad es el de cultivar la inclinación
y el gusto de la nación bascongada hacia las ciencias, bellas letras y artes,
corregir y pulir sus costumbres, desterrar el ocio, la ignorancia y sus
funestas consecuencias, y estrechar más la unión de las tres Provincias
Bascongadas de Alava, Vizcaya y Guipúzcoa”.
Poco después, pasó a la Nueva España el socio Martín de
Aguirre Bururalde, quien entusiasmó con los proyectos de la Bascongada al
alavés Leandro de Viana, oidor de la Audiencia de México, cofrade de Aránzazu y
su rector en el bienio 1772-1773. Durante su rectorado se difundió entre los
cofrades de Aránzazu el interés por colaborar con la sociedad ilustrada. En
1773 distribuyeron una carta gracias a la cual lograron en unas semanas la nada
despreciable cifra de 171 socios, de los más de medio millar que logró tener la
Bascongada en México. En sustitución de Aguirre Burualde, que regresó a España,
siguió la labor de éste el durangués Ambrosio de Meave, junto con Viana. Así,
en 1774 quedó constituida la Delegación en la Nueva España de la Real Sociedad
Bascongada de los Amigos del País. En 1776 la Sociedad abrió la institución
educativa llamada Real Seminario Patriótico de Vergara en esta villa
guipuzcoana. La Cofradía de Aránzazu de México también ayudó con importantes
sumas para su sostenimiento y numerosos cofrades enviaron a sus hijos a cursar
estudios en esta prestigiosa institución.
EL MÉXICO INDEPENDIENTE
Tras la independencia de la Nueva España y las luchas
constitucionalistas en España, el “lobby” o grupo influyente vasco de México se
desvanece. Su Cofradía de Aránzazu se disolvió formalmente en 1860 debido a las
Leyes de Reforma. Pero le sobrevivió y sucedió en sus propósitos educativos
hasta la actualidad su Colegio de las Vizcaínas o de San Ignacio de Loyola de
cuyo patronato formaban parte tras la disolución algunos de los antiguos
miembros de la Cofradía12. Todavía hoy en día el patronato de las Vizcaínas
está controlado por miembros de la colonia vasco-mexicana13.
La colonia vasca en el México emancipado pierde importancia.
Los peninsulares ya no son aquellos hidalgos privilegiados que ascendían con
relativa facilidad en la escala social, sino unos inmigrantes extranjeros,
vis-tos incluso con recelo en la nueva República.
El asociacionismo vasco se materializa de nuevo en la
Asociación Vasca de San Ignacio de Loyola, de corta vida (1903-1906). Fue el
germen del actual Centro Vasco fundado en 1907. Ambas instituciones se
constituyeron a principios del siglo XX yal final del porfiriato (1877-1911),
época de crecimiento económico en la que llegaron de nuevo los peninsulares,
entre ellos vascos, quienes establecieron nuevas cadenas migratorias desde sus
regiones de origen. La Asociación Vasca San Ignacio de Loyola no era una
cofradía religiosa, sino una asociación asistencial que reunía a los vascos
(españoles y franceses) bajo la advocación del santo guipuzcoano. La Junta
Española de Covadonga se creó con una finalidad benéfica y a la vez de integrar
no sólo a la colonia asturiana, sino a los demás grupos peninsulares. En 1902
la Junta de Covadonga anunció un concurso de bailes y encargó al vasco Enrique
Beneitez la presentación del baile del aurresku. El grupo de dantzaris vascos consiguió
el primer premio de este certamen en el que estuvo presente el Presidente de la
República Porfirio Díaz. Con este acto se inició un proceso de formación de la
Agrupación Vasca de San Ignacio de Loyola, fundada en 1903 con el objetivo de:
“coadyuvarse para celebrar todos los años el festival
dedicado al santo de su nombre, por vascos naturales de Araba, Bizcaya,
Guipuzkoa, Navarra alta y baja, Laburdi y Suberoa”14.
Este año se constituyó una primera mesa directiva y se hizo
un llamamiento por la prensa a los vascos residentes en México. También se
celebró la fiesta de San Ignacio de Loyola en la iglesia de San Francisco. En
1904 fueron aprobados los estatutos de la recién nacida asociación. También se
celebró la festividad de San Ignacio como relata Rodríguez Iglesia:
“la fiesta en honor de San Ignacio de Loyola tuvo lugar en el
Tívoli y que el salón lucía hermoso un panorama de los Pirineos, ondeando en
armonioso y bello conjunto, las banderas de Francia y España, entrelazadas, y
descansando sus extremidades en un roble situado al centro de la decoración
simulando el árbol de Guernica, de tan sublimes tradiciones”15.
De los objetivos de la asociación y la descripción realizada
por Rodríguez Iglesia se desprende la existencia de una colonia vasco-francesa
en México que participaba también en esta asociación étnica de tintes
fueristas.
El día 11 de noviembre de 1906 se disolvió la Asociación San
Ignacio y al año siguiente, el 17 de junio de 1907, su presidente Andrés
Eizaguirre, junto con otros vascos (incluidos algunos navarros) especialmente
facultados por esa misma asociación formaron el Centro Vasco, Sociedad
Cooperativa de Responsabilidad Limitada, que después de algunos conflictos y
escisiones pervive en la actualidad. A pesar del cambio de denominación de la
institución hacia una más laica, “Centro Vasco”, éste siguió celebrando la
festividad de San Ignacio de Loyola con un sentido no sólo religioso, sino
también social y étnico. Así lo atestigua en 1955 un anuncio en la revista
Euzko Deya, que bajo un escudo de “Euzkadi compuesto por las armas de los seis
territorios vascos dice:
“VASCO:
La Junta de Festejos del Centro Vasco organiza todos los años
las fiestas de San Ignacio.
Acude a ellas a darles esplendor y brillantez, en la
seguridad de que encontrarás satisfacción a tus emociones raciales “16.
La misma revista anuncia el programa de festejos del Centro
Vasco invitando a los siguientes actos:
“DIA 31 DE JULIO
A LAS 12 DEL DIA
Solemne misa cantada en la Iglesia de San Francisco, Madero,
7.
Hará el panegírico del Santo el reverendo Padre Antía y
oficiarán tres sacerdotes vascos. Se cantará la Misa Pontifical de Perossi a
tres voces por el Coro del Centro Vasco.
A LAS DOS DE LA TARDE
Gran banquete en los salones del Centro, de Madero 6, con
arreglo al menú que se anunciará oportunamente.
Durante el banquete, concierto a cargo de varios artistas
vascos. Y a continuación gran baile, amenizado por dos orquestas del Maestro
Joaquín Pérez Monroy”17.
REAPARICIÓN DE LA VIRGEN DE ARÁNZAZU
En septiembre de 1993 se celebró en la ciudad de México en IV
Seminario de Historia de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País.
Acudió a él un grupo de socios acompañado de su Director Mitxel Unzueta. El
acto de clausura tuvo lugar en la capilla del Colegio de San Ignacio de Loyola,
que acoge también una imagen de la Virgen de Aránzazu. Una de las visitas
realizadas por los participantes fue a San Luis Potosí. En esta ciudad había
existido en la época colonial también una capilla de Nuestra de Aránzazu en el
interior del convento de San Francisco. Es posible que hubiera existido, al
igual que en la ciudad de México, una cofradía bajo la advocación de Nuestra
Señora de Aránzazu, como en las ciudades de Guadalajara, Puebla, Veracruz y
Zacatecas.
La gran sorpresa de los Amigos del País al visitar la capilla
de Aránzazu del convento de San Luis Potosí era la desaparición de la imagen de
la Virgen de Aránzazu. El Director de la Bascongada se comprometió entonces a
colocar, dentro de su mandato bianual, una nueva imagen, réplica de la
original, que fue llevada en un segundo viaje efectuado en mayo de 1995 en
compañía del Diputado General de Gipuzkoa, entonces Eli Galdos18.
De esta forma la Bascongada realizaba un gesto simbólico de
agradecimiento por la ayuda prestada en tiempos coloniales por los cofrades
novohispanos, y la Virgen aparecía una vez más como signo identitario del
pueblo vasco.
Recientemente (diciembre de 2001) se ha firmado en la ciudad
de México un protocolo de colaboración entre la Real Sociedad Bascongada de los
Amigos del País y su Delegación en México, restaurada en 1994 como consecuencia
del citado IV Seminario de Historia de 1993 y dotada de personalidad jurídica
propia de acuerdo con las leyes de México en octubre de 2000. Uno de los socios
de honor de la Bascongada es el Colegio de las Vizcaínas o de San Ignacio de
Loyola, en cuyo monumental edificio colonial tienen los Amigos del País su
sede19.
CONCLUSIONES
El pueblo vasco ha tenido históricamente una clara identidad
colectiva o conciencia de pertenencia a un grupo diferenciado de los demás. Los
rasgos definidores de su identidad han sido sus prácticas religiosas que hunden
sus raíces en un pasado precristiano, una lengua diferente, y unas
instituciones de autogobierno profundamente arraigadas.
Nuestra Señora de Aránzazu, y posteriormente en el tiempo San
Ignacio de Loyola representan más que símbolos religiosos. La primera es la
advocación mariana y el segundo el santo, es decir los iconos religiosos
femenino y masculino, respectivamente, que han conseguido aglutinar a un mayor
número de vascos de distintos orígenes territoriales y subétnicos. En torno a
ellos surgieron instituciones en el Nuevo Mundo (México en particular) en las
que se superaron las diferencias y conflictos intraétnicos y se cohesionaron
los distintos grupos subétnicos vascos, y que promovieron la acción social, la
educación y la cultura.
Es irrelevante la verdad o falsedad científica de las
creencias religiosas. Estos dos símbolos de “lo vasco” determinaron una serie
de comportamientos sociales, culturales, educativos, asistenciales, que dejaron
huella en la historia del pueblo vasco y de México.
Creo que la percepción de la figura ignaciana no ha sido
monolítica, sino que sería diferente en función del grado de formación
religiosa, y variable a través del tiempo. La figura de San Ignacio del XVIII,
significa éxito social, unidad de acción del influyente grupo vasco en la
colonia, autonomía frente a la jerarquía eclesiástica y el poder político. En
cambio, el santo guipuzcoano del siglo XX puede significar nostalgia de tiempos
“mejores”, intentos no siempre exitosos de cohesión étnica de la colonia vasca
en México, y reivindicaciones políticas fueristas o nacionalistas.
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